No lo puedo remediar, me estoy tocando el pelo todo
el día y me voy quedando con puñados en las manos que luego tiro a la basura
como quien se deshace de parte de sí misma.
Sara se queda alucinada cuando me ve desprenderme de
un mechón enorme y con la inocencia y la
espontaneidad que sólo se tiene a los diez años pregunta sin cortarse:
-¡Haaaala!!! ¿¿Mamá ,por qué se te cae tanto el
pelo?
- Porque me están dando una medicina muy fuerte
cariño, para curarme, y me sienta mal,
tiene muchos efectos secundarios
- ¿Acaso tienes cáncer? –me dice abriendo mucho los
ojos y sonriendo, como sorprendida de la deducción que ha hecho ella solita y
sabiendo que yo me voy a quedar alucinada de lo mucho que sabe. – Porque los de
mi clase dicen que Caillou tiene cáncer de mama , que por eso no tiene pelo.
Paralizada y
sin poder reaccionar salgo del paso como
puedo:
- Venga,
termínate el cola cao y vete a jugar con tu hermana – le contesto sin poder mirarla
a la cara. No lo hago porque se va dar
cuenta del miedo que hay en mis ojos . Aún no estoy preparada para esa
conversación.
Sé que se lo tengo que explicar, ya tiene edad para
saberlo. Y además, las dos saben que algo pasa. No es normal que mamá se pase
la mitad de la semana sin poder hacer nada, encerrada en la habitación. Ni
tampoco que venga su abuela casi todos los días a bañarlas y a darles la cena
porque yo no tengo fuerzas.
Hace meses
que les digo que estoy malita, porque lo ven, ven mis gestos de dolor, y
preguntan preocupadas: “¿Mamá estás
bien?”,” ¿Mamá qué te pasa?”. Les digo que estoy malita del riñón, y hasta ahora parece que eso bastaba. Claudia me
pregunta todos los días que cuándo me voy a curar. La tranquilizo diciéndole que pronto, que los médicos me van a poner
buena y su cerebrito parece procesar lo que escucha con gran alivio, porque
automáticamente sonríe y me abraza
fuerte. Hasta que me vuelve a ver mal y me hace la misma pregunta, quizás porque
necesita volver a oír la misma respuesta para asegurarse de que todo va bien,
de que nada va a alterar su mundo.
Pero es cuestión de días que me vean sin pelo y ya
no lo puedo retrasar más. Después de la sesión del miércoles la coronilla ya no
me ha aguantado y está medio calva. Con un gorro de lana estoy hasta mona, mi pelo largo asoma por debajo, pero arriba ya
casi no queda nada y la estampa cuando me miro delante del espejo es penosa.
Ayer decidí encargar la peluca, pero aún tardarán unos días en traerla, así que
a ver cómo me las apaño hasta entonces porque no voy a estar todo el día y en
todas partes con el gorro.
Todo el mundo me repite lo mismo cuando me preguntan
cómo lo llevo como si la gente se hubiera estudiado un manual de Frases de consuelo para enfermos con cáncer,
Pienso: ¿Cómo quieres que lo lleve? Pues mira fatal, esto es una mierda, me
quedo hecha una pena después de cada sesión y cuando empiezo a levantar cabeza
me enchufan otra vez; no puedo más, sólo quiero que me dejen en paz. Digo: “Bueno…. regular, supongo que es lo que
toca, lo que más me está costando es ver cómo me voy quedando sin pelo”.
Entonces llega, la frase-cliché dichosa que más escucho en los últimos días. “Bueno,
lo del pelo es lo de menos, por eso no te preocupes, que luego vuelve a salir
con más fuerza”. Claro, que nadie de los que me lo dice ha tenido que verse en
esa situación.
El caso es que les entiendo, es muy difícil saber
qué decir a alguien que está enfermo, al que la quimio está dejando calvo y que
está enfrentándose a la sombra cercana de una muerte prematura, no solo
posible, sino probable. Pero por favor ¡¡¿Cómo va a ser lo de menos?!! Soy yo,
es mi identidad, es parte de mí, mi pelo, mis pestañas, mis cejas…. Mirarme en
el espejo y no reconocerme no es lo de menos. No saber cómo le vas a explicar a
tus hijas que su madre está calva no es lo de menos. No querer salir a la calle porque te ves fea
no es lo de menos. No poder hacer el amor porque te da vergüenza que tu pareja te vea así no es lo de menos. No poder
dormir porque tienes miedo a encontrarte la almohada como el suelo de una
peluquería no es lo de menos. No querer ducharte porque los mechones que se te
caen a puñados se te van a enredar en los pies y se va a atascar el desagüe no es lo de menos. Pensar que lo más probable
es que nunca lo recuperes, que nunca vuelvas a estar guapa ni sexy no es lo de
menos. Pensar que el día de tu muerte, en el tanatorio, todos te verán con el
pañuelo en el ataúd y que vas a tener que decir que no quieres que te recuerden
así, que prefieres que lo cierren y que pongan una foto tuya grande en la que sales sonriendo, con tu
melena, esa que te hicieron el año pasado en la escapada a Aranda de Duero, no es lo de menos. No poder decírselo a nadie
de los que quieres para desahogarte porque les harías daño no es lo de menos.
Pero porque hay
que ser fuerte, porque la actitud hace mucho, es muy importante, porque hay que ser positiva, por
todo eso, sonrío y contesto: “ya, eso dicen, que luego te sale más cantidad, y
que te puede cambiar de rizado a liso, así que mira, aprovecho y voy cambiando
de look, todo sea que no acabe con un afro como el de los Jackson Five”. La
cara de alivio de mi interlocutor, agradecido porque mi comentario le haya quitado
dramatismo al asunto, me sirve para convencerme, al menos por un rato de que la cosa no es tan grave y de que
toda esta pesadilla pasará.
Tienes razón, tu último párrafo ha sido un alivio al final de tantos sentimientos desgarradores... Eso es el verdadero positivismo, como la bella flor de loto capaz de crecer en el lodo...
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